Traje verde Irlanda de sastre y camiseta
negra de quinqui y “Ahora que..” de fondo, que suena como si fuera la
primera vez. Esta es la entrada de Sabina en Fontajau y lo que yo necesitaba oír un miércoles vigilia de Jueves Santo.
El público de Sabina es
tan singular como el propio ubetense. Poetas frustrados,
revolucionarios de sofá, contables soñadores, canallas en potencia,
mucha estética y poca ética. Y él, Sabina entra, saluda cual marqués, seguida de broma soez acompañada de mueca de niño triste que ha hecho una travesura. Sabina es risa de chiquillo con arrugas de golfo y les da lo que quieren.

Justifica y se enorgullece de una vida
de descontrol, que reivindica pero no justifica. Provocador, pero sin
fuerza dice “He pecado, no me arrepiento” no sonríe y deja caer los
ojos. La vanagloria de la banalidad y fallida rebeldía no es exclusiva
de Sabina, pero en español es el que la reivindica de forma más auténtica.
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