sábado, 25 de octubre de 2014

Pinceladas de Ous camiños


La voz de Ignacio Serra suena de tan firme y convincente casi imperativa, es por esto que cuanto me planteo escribir algo sobre el camino sabía que no tenía opción. En fin, vamos allá.
Cuando a mitades de agosto me hacía la maleta para abandonar la Costa Brava en dirección a Galicia a una región que estaba en la otra esquina de España, dónde llueve 4 de cada 3 días y con un grupo variopinto en todos los sentidos miré al Ignasi de dos meses antes y le dije “Hijo mío, tú nunca aprendes”. Valió la pena.
Silencio y pequeñez es con lo que te enfrentas en el camino. Acostumbrados a una realidad y unas relaciones de instantaneidad, de maquillaje, de recubrimiento musical y amortiguación en forma de alcohol lo primero que te choca en el camino es encontrarte después de mucho tiempo contigo mismo y con personas en su plenitud. El primer día las conversaciones fluyen entre la frialdad, la risa y la anécdota chorra, o lo que es lo mismo futbol, búsqueda de amigos en común, anécdotas de fiestas ¿Y en cuanto al yo? Mí yo pivotaba entre unos monitos tocando unos tambores y el autobombo. No obstante, la inmensidad de un camino te muestra tu pequeñez, te enfrenta a ti mismo y te enfrenta a los demás. La gente te pregunta ¿qué le pides al Camino? y tu en vez de responder te preguntas más sobre ti. Y poco a poco, entre los OusCamiños la charla se convirtió en conversación, y se dejó de hablar para empezar a decir cosas, y pueda incluso que hubiera menos risas pero hubo muchas más sonrisas. En el camino empecé a intuir plenitud de dimensiones como amistad o misericordia. Y sin quererlo ni buscarlo la pequeñez y el silencio fueron entrando etapa tras etapa, y con ello cada uno crecía a nivel particular y el grupo creciendo llegando a Santiago sin enterarnos y con el presentimiento que no terminábamos el camino, sino que justo empezábamos.
Hay muchos y variados recuerdos que podría citar, pero el límite propio de la idiosincrasia de este blog me lo impide. Pero simplemente comentaros que este maravilloso grupo liderado por un asturiano y venido de todas las esquinas de la península hizo un camino gozando cada paso (bueno, algunos más que menos…), con inquietantes encuentros con los misteriosos Lechoso y Guapo, con sobremesas con regusto a pacharán, cuyo despertador era Paz, pero cuya banda sonora fue Molotov,  cuyos descansos sabían a pulpo y desayunos a galletas Froiz –minuto de silencio. Grazas. 

-> Molotov - Gimme Power

miércoles, 22 de octubre de 2014

La identidad de Ginebra

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Mi recuerdo más lejano de Ginebra proviene de salir de un tren rozando media noche en mi Girona natal y ver en las pantallas la indicación de un tren nocturno en dirección a la ciudad de Calvino. Sabia que la ciudad estaba en Suiza y me evocaba cierta idea de cosmopolitismo centroeuropeo y una dimensiones que luego descubrí que no le eran propias.
Creo que lo que más define esta ciudad vértice del lago Leman es el ser la más pequeña de las grandes ciudades europeas y la más cosmopolita. Pequeñez forzada por la frontera francesa y altos montes. Y cosmopolitismo que emerge con los rezagados del protestantismo escocés y centroeuropeo y que se nutre ahora con personal de multinacionales y de la diplomacia.
El batiburrillo de los dardos volterianos, cierto desprecio por la Suiza tudesca, la presencia de una ciudadanía foránea y el calvinismo cultural latente no han conseguido caer a Ginebra en la indigencia identitaria. Y es que el mix de cenas y recepciones glamorosos en Beau Rivage, asesinatos revolucionarios a emperatrices y la disimulada y moderada desfachatez yupi ginebrina han completado un carácter sobretodo tranquilo. Un carácter entre lo frío y lo familiar, ni muy alemán, ni muy francés, ni tan siquiera suizo, sino genuinamente ginebrino. El alma de Ginebra fría es hija del carácter Calvinista que aún perdura y que evita toda inútil coquetería exterior obligando a la ciudad a una belleza simple y de líneas rectas y a una alma hogareña y pomposa limitada a la vida de hogar y a la cortina corrida. 
Y a pesar que mi Ginebra es – por ahora- anglófona, de autobús transfronterizo, de cenas en bares asturianos, de cervezas en garitos de masas puedo afirmar que existe una identidad ginebrina, tan difícil de abordar como la londinense y más diluida que nuevayorkina, pero ciertamente única. 


-->Our house - Crosby, Stills, Nash & Young