Cada
vez soy más de otoño. El ser humano ha ideado múltiples y variables formas para
amortiguar el fin del verano. En otoño salen muchos de los mejores discos del
año – desde luego mejor que la música del verano -, las ciudades aprovechan al
máximo los últimos días de cálida temperatura, la gastronomía se vuelve más
consistente y los exámenes y entregas están aún lo suficientemente lejos. Cada
rincón del globo goza el otoño de forma distinta, en Girona las fires, en
Millwakee con Halloween y sus pumpkin beers y en Munich con el Oktoberfest.
El
Oktoberfest, esta fiesta que sin perder la esencia y la tradición ha pasado de
ser una competición agrícola bávara a la macro fiesta de la cerveza mundial.
Pero, ¿qué se encuentra un pueblerino realmente en un Oktoberfest?
Un
Oktoberfest es, creo, la fiesta que empieza peor de las que he estado.
Básicamente, a las 7 de la mañana te encuentras estrujado en medio de una cola
inmensa con la esperanza de tener mesa a las 9h. Con un poco de suerte alguien
te acercará cerveza caliente, que evidentemente te sabe a meado de burra.
Una vez
pasada la cola la situación mejora exponencialmente. Te sientas en una mesa,
bueno, te sientan con otros extraños. En nuestro caso los extraños eran unos
chinos-canadienses y unos alemanes de Nuremberg. Al principio nos saludamos cortésmente y la conversación se
reducía al círculo de confianza. Sabíamos que la cerveza haría el resto y la
verdad es que al final del día nos despedimos de nuestros amigos asiáticos con un beso suizo y con los alemanes nos
abrazamos con camaradería mientras me sorprendí de lo rápido que aprendí la
lengua de Goethe. Pero no avancemos hechos.
Entras,
y el macro-montaje orquestra, banderas, cerveza y tradición ya te han
cautivado. A las nueve nos sirven
la primera cerveza y pretzels. Un litro por barba. El ambiente aún dormido se
va levantando rápidamente. Cada cinco minutos un bávaro se levanta en su mesa y
se baja el litro de un sorbo, seguido de aplausos, abrazos y cánticos. Y tú
recuerdas que tu madre te dijo “allí donde fueras, haz lo que vieras” y claro te
intentas probar. No lo consigues. Pero son las 10 y ya casi te has terminado tu
segunda cerveza.
A las
10 y media sientes que el lederhosen te sienta bien. Te sientes bávaro. Y
aunque los alemanes te miran como un catalán miraría a un alemán con barretina,
eres feliz. Otto te mira con complicidad cuando brindas “Prost!” y te reafirmas
“soy un bávaro más”.
Entonces empieza a sonar la orquestra, Ein Prosit Der, que va a ser tu himno durante que queda de velada. De nuevo sin saber cómo estás encima de la mesa bailando con Otto y te das cuenta de que toda la tienda está igual. Yo me pregunté ¿Cuándo se ha dado esta transición? Da igual, otra cerveza y a continuar que estoy muy arriba. Annetta te cuenta que es del Bayern y que Guardiola bla bla… y tu respondes que eres de Girona y que tu equipo casi sube a primera. No entiende nada. A ti te da igual, porque, de nuevo, estás muy arriba.
Y te
mantienes arriba, mucho tiempo y muy rápido. Quieres cervelas y bratwurst y te
olvidas del pan con tomate, mientras te prometes que todos los años de tu vida irás
al Oktoberfest de Munchen, mientras te enamoras un poco más del otoño.
--> Two weeks - Grizzlie Bear